viernes, 22 de octubre de 2021

Fortaleza de la Mota. Alcalá la Real.

Una guerra entre dos religiones, pugnas por el poder, la media luna y la cruz, una invasión extranjera, incendios, abandonos. Los muros de la Mota han vivido mucha historia, historia que es fácil adivinar cuando se camina entre ellos, cicatrices en la piedra que nos hablan de heridas, también de reconstrucciones. Solo hay que saber interpretarlos. A todo ello se enfrenta el viajero que atraviesa sus puertas. 

Teníamos muchas ganas de visitar esta fortaleza, pero hasta ahora no había llegado el momento. Aprovechamos una escapada al vecino pueblo de Montefrío para acercarnos a verla. El horario de la fortaleza es de 10 a 18 horas en invierno, por lo que llegamos poco después de comer y tuvimos el privilegio de disfrutarla prácticamente solos. La entrada a la Mota incluye una audioguía, que vas escuchando en tu teléfono al escanear un código QR de la entrada. 

Este espacio monumental fue la llave, guarda y defensa de los reinos de Castilla. Más que una fortaleza es una ciudad medieval, el conjunto monumental conserva en su interior su trama urbana original, así como numerosos vestigios de la vida en la frontera que caracterizó la historia de esta zona hasta la desaparición del reino Nazarí de Granada. 

Una vez pasamos la taquilla, lo  primero que nos encontramos es la puerta de las Lanzas. Es una de las tres que se conservan de las siete con las que contaba originalmente el monumento. Debe su nombre a que junto a ella se reunían las milicias alcalaínas y está situada junto al Alhorí bajo, o granero donde se almacenaba el pan. El aspecto que presenta actualmente es renacentista, de finales del siglo XVI. Se divide en dos cuerpos, el primero lo forma un arco de medio punto con escudos, en el segundo se muestra un escudo, muy deteriorado, sujeto por dos tenantes, y rematado por un frontón clásico. 




Pasamos esta puerta y aún hemos de atravesar otra para acceder a la ciudadela, la puerta de la imagen. Recibe este nombre por la imagen de la Virgen que se encuentra en ella. Pasando esta segunda puerta  nos encontramos las antiguas carnicerías, este espacio, testigo de la actividad comercial del S. XVI, conserva parte de la red de saneamiento de la ciudad. En este punto se encuentra también el acceso a la ciudad oculta de la Mota. Una serie de galerías subterráneas que comunican la parte alta del cerro con los arrabales, a  través de más de 120 metros de trazado subterráneo. Estas galerías fueron utilizadas, por las tropas de Alfonso XI, en la conquista  de la ciudad, para alcanzar los pozos que la abastecían. En nuestra visita seguían cerradas por el protocolo Covid, por lo que no tuvimos la oportunidad de hacer esta interesante visita. 



Llegamos a la tercera puerta de acceso a la ciudadela, la Puerta del  Peso de la Harina, denominada así por ser el lugar donde se controlaban las mercancías que entraban y salían de la ciudad, se tasaban y calculaban los tributos a pagar. Esta puerta da entrada a la Plaza Baja y la Botica. En el edificio de la botica se recrea una  de época. 




Nosotros, en este punto, nos desviamos de la ruta marcada porque la guía, que se encontraba en la botica, nos dijo que en la Iglesia Mayor Abacial, iba a comenzar en breve un audiovisual sobre la historia de la ciudadela-fortaleza. Tomamos pues un atajo por las escaleras para llegar a esta iglesia. Se encuentra situada al lado de las casas del Cabildo, también muy interesantes y en las que hay una maqueta de la fortaleza en su época de mayor esplendor, así como un área de museo en su parte superior. 




La iglesia es un edificio magnífico, a pesar de las heridas de guerra y la destrucción sufrida, conserva una gran belleza. La Iglesia de Santa María la Mayor de Alcalá la Real, conocida también como Iglesia Abacial, se sitúa en el interior de su alto recinto fortificado, donde en la época islámica existía una modélica medina musulmana con área comercial y zona residencial. Tras la reconquista, el rey Alfonso XI ordena arrasar la mezquita y levantar en su solar la primitiva iglesia abacial. Esta Abadía dependía de la jurisdicción del obispo de Toledo y extendía su dominio por un extenso territorio. La Abadía de Alcalá la Real tuvo una vida de cinco siglos, desde su fundación por Alfonso XI en 1341 hasta el Concordato de 1851.

La primera construcción  fue un primitivo templo gótico, remodelado tras la toma de Granada, ya en estilo renacentista. Se comienza su reconstrucción en el segundo cuarto del siglo XVI según las trazas de Martín de Bolívar, y su estructura gótica de bóvedas estrelladas se recubre con decoración plateresca. El resto de la iglesia es fruto de la transformación llevada a cabo en el siglo XVI por Ambrosio de Vico; posteriormente, los maestros Luis González y Fray Cristóbal de San José levantan la cabecera a modo de gran arco de triunfo dividido en tres arcos a la misma altura; mientras la Sacristía, anexa al templo, la realiza Ginés Martín de Aranda en el siglo XVII. Como testimonio de la iglesia primitiva sólo queda en pie la Capilla del Deán Cherinos.




Tras este periodo de esplendor, llega otro de abandono. La soledad en la que quedó el templo a finales del siglo XVIII, pues la ciudad se había consolidado y extendido por el llano desde hacía ya más de dos siglos, y el incendio provocado por las tropas francesas en su huida de la ciudad, después de su ocupación en 1810, pondrían fin a su actividad y a parte del edificio.

El interior de la Iglesia Mayor Abacial  conserva la memoria funeraria de este lugar a lo largo de más de cinco siglos. Una visión impactante y sobrecogedora que permite ver en sus paredes y en el subsuelo las marcas de su función como cementerio. Estos restos mantienen una característica común y es el hecho de que se encuentran excavados en la roca. La mayor parte de las tumbas localizadas corresponden a tiempos en que la ciudad ya se hallaba conquistada por los cristianos, fieles a la tradición de enterrar a sus difuntos en los espacios sagrados. A lo largo del audiovisual se nos va mostrando la historia y el proceso por el que este edificio ha llegado a mostrarse a nosotros tal como lo vemos ahora. 





Tras la visita a la iglesia seguimos con nuestro recorrido por la fortaleza, que nos llevará a lugares tan interesantes como el Bahondillo, que alberga viviendas y cuevas utilizadas como bodegas, la Torre de la Cárcel, desde cuya terraza se contemplan las atalayas que señalaban la antigua frontera con el Reino de Granada.  Cerca del Bahondillo está también la entrada de un espectacular nevero, que nosotros tampoco pudimos visitar. 




Por detrás de la iglesia se encuentra una zona llena de aljibes, excavados para almacenar agua en los tiempos de la fortaleza. Visita obligada es también la Alcazaba, una sólida fortificación militar con un patio de armas flanqueado por tres torres. 

Sin duda una visita espectacular, que por sí sola merece la pena, escapada redonda si tenéis tiempo para visitar el resto de  los interesantes edificios que Alcalá la Real nos ofrece. No fue nuestro caso, dado el tiempo de cierre de estos, solo pudimos ver el edificio donde se encuentra la oficina de turismo, que es el Palacio Abacial, y en cuyo interior, aparte de esta oficina, está el museo arqueológico de la ciudad. La entrada a la fortaleza de la Mota incluye el acceso al museo, así que es altamente recomendable. 




miércoles, 6 de octubre de 2021

Sintra, la ciudad más bonita de Portugal.




Sintra es una ciudad de cuento, no lo digo yo, lo dice cualquiera que haya estado allí. Tiene un casco antiguo coqueto y colorido, está rodeada de unos bosques espléndidos y los palacios son de ensueño. El problema es que su belleza atrae a mucha gente, por lo que los fines de semana estivales y los puentes puede ser un infierno turístico. Para una experiencia tranquila, lo mejor es ir entre semana o fuera de época estival, para disfrutarla sin aglomeraciones. 

La cercanía de Sintra a Lisboa hace que mucha gente haga una excursión de  un día desde allí. Pero un día para Sintra se queda un poco corto, hay que tener en cuenta que la mayoría de sus atracciones se encuentran muy dispersas, por lo que en el traslado de un lugar a otro perderás mucho tiempo. Nosotros la hemos visitado en dos ocasiones, la primera hace bastantes años, en el mes de octubre e hicimos noche allí, en la segunda ocasión, este septiembre, fue una escapada de un día desde la zona de Lisboa y nos centramos en volver a recorrer los sitios que más nos habían gustado, en esta ocasión con nuestros hijos. 

Si llegas a Sintra en fin de semana o en puente el primer problema será el aparcamiento, si no vas temprano, puede ser bastante complicado. Nosotros fuimos un viernes en septiembre y conseguimos aparcar no muy lejos del casco antiguo, en una zona gratuita, pero lo más normal es que tengas que dejarlo en zona de aparcamiento de pago. El casco antiguo está restringido al tráfico, por lo que a no ser que tengas allí el alojamiento no podrás pasar. 

Uno de los principales atractivos turísticos de Sintra, y el que más gente atrae, es el Palacio de Pena. El palacio se encuentra a unos kilómetros del centro histórico, en lo alto de una colina, y no es posible acceder en coche, ya que el acceso está restringido. La primera vez que lo visitamos se podía subir en coche,  hay un par de aparcamientos en la carretera que sube, pero ahora el tráfico está limitado y te podrían multar. Hay autobuses que suben, tanto desde el casco antiguo de Sintra, como desde la zona de la estación de tren, que es donde hay más opciones de aparcamiento. También puedes coger un tuk tuk, aunque el autobús sale más económico.




Este palacio, que a pesar de su «juventud» (se construyó durante el XIX) es uno de los más bellos de Europa, se alza sobre un entorno natural inigualable, el de la Sierra de Sintra, y está rodeado por un jardín botánico en el que conviven miles de especies procedentes de todos los rincones del planeta.

Fue, en su origen, un monasterio de frailes jerónimos (algo muy lógico si tenemos en cuenta su aislamiento e inaccesibilidad, pues incluso hoy, llegar caminando al Palacio da Pena desde Sintra implica una cansada caminata). Cuando éstos se trasladaron a la zona de Belem, en Lisboa, el rey Fernando II compró las ruinas (pues la construcción original había quedado destruida tras un terremoto) y decidió construir un palacio en el lugar como obsequio para su esposa María II de Portugal. Este colorido palacio es tan bonito de recorrer por dentro como por fuera, por dentro podrás ver sus estancias, la que más nos gustó fue la cocina, y por fuera sus terrazas, con las vistas, tanto de la fachada del Palacio como del paisaje de la Sierra de Sintra. 






En esta zona, además del Palacio, merece la pena perderse por los jardines que lo rodean, es un verdadero jardín botánico romántico lleno de fuentes, helechos, castaños, lagos...Un precioso lugar para pasear sin prisas. 

Cerca del Palacio de Pena y en este mismo monte se encuentra el Castillo de los Mouros, aunque hoy queda poco más que la muralla, que es posible recorrer andando y desde la que hay una bonita vista del Palacio de Pena y viceversa. Erigido por los árabes durante los siglos VIII y IX como enclave defensivo (para vigilar los caminos de tierra que unían Sintra a Lisboa, Cascais y Mafra) y conquistado en el siglo XII por los cristianos de Dom Afonso Henriques, primer rey de Portugal, aún conserva dos portones románicos y algunos frescos de la antigua necrópolis medieval.

Vista de Sintra con el Castelo de los Mouros al fondo.

El mismo autobús que cogimos para subir al Palacio de Pena nos baja y deja en el centro histórico de Sintra, que vamos a recorrer. En este centro histórico, aunque en sus afueras, se encuentra otro de los principales atractivos de Sintra, la Quinta de Regaleira. 




La Quinta da Regaleira, tal como la conocemos ahora, data de principios del XX, cuando el terreno fue adquirido por Antonio Carvalho Monteiro, un noble portugués, millonario y filántropo, que con la ayuda del arquitecto Luigi Manini construyó este espacio que incluye un palacio, un pequeño lago, un invernadero, varios torreones, una preciosa capilla y un pozo de iniciación utilizado, según cuenta la leyenda, por los mismísimos masones. Lo más bonito de esta quinta es recorrer sus jardines y sus túneles, uno de los cuales nos llevará a este pozo, que es sin duda la principal atracción de estos. 



En el casco histórico de Sintra, en su plaza principal se encuentra el Palacio Nacional de Pena, con sus grandes y llamativas chimeneas cónicas. Sus jardines son de visita gratuita, y el interior del palacio es también bastante bonito. Aunque el palacio, en su origen, era de estilo árabe, fue renovado en el siglo XV siguiendo el estilo manuelino. Sus paredes están cubiertas por algunos de los azulejos más antiguos y mejor conservados de Portugal.




Si solo tenéis un día para visitar Sintra no os dará tiempo a nada más, pero si decidís quedaros por esta zona merece la pena recorrer otros rincones de la Sierra de Sintra, donde encontrarás lugares tan curiosos como el monasterio de los Capuchos. Un pequeño monasterio primitivo perdido en medio del bosque donde los monjes vivían en soledad y aislamiento en sus pequeñas celdas con su aislamiento de corcho.  El convento tiene un cierto halo de misterio (al que contribuye el frondoso jardín que lo rodea) e impacta, precisamente, por su austeridad, pues al visitarlo resulta fácil imaginarse a los ocho franciscanos que lo habitaron haciendo penitencia entre sus angostas paredes.

Sin duda tanto Sintra como su sierra son un lugar mágico, como de cuento, en el que merece la pena perderse a disfrutar tanto sus monumentos como su naturaleza. 

domingo, 3 de octubre de 2021

Los imprescindibles de Lisboa.



Es la segunda ocasión que visitamos la capital lusa, esta vez en familia, y nos ha gustado tanto o más que la primera. Es una ciudad preciosa, con un gran encanto bohemio. En este artículo queremos compartir con vosotros los imprescindibles de una visita a Lisboa. 

La primera vez que visitamos Lisboa estuvimos dos noches, en un hotel en la Plaza Marqués de Pombal, fue hace 17 años y la experiencia nos encantó. Aparcamos cerca del hotel, por aquel entonces podías sacar un ticket y dejar el coche 24 horas seguidas en el mismo sitio. Recorrimos todos los lugares andando, a excepción del barrio de Belém, al que por distancia fuimos en tranvía. 

En este segundo viaje optamos por reservar un apartamento en la zona de Estoril,  visitamos Lisboa en dos días consecutivos, el primero lo dedicamos a la zona de Belém, y fuimos en coche desde Estoril, ya que apenas son 20 minutos y el aparcamiento en esa zona no es complicado. Al día siguiente tomamos un tren desde la estación San Juan de Estoril hasta Lisboa, la línea Cascáis- Lisboa dispone de trenes cada 20 minutos los fines de semana, la parada en Lisboa es Cais do Sodre, a apenas 10 minutos andando de la Plaza del Comercio de Lisboa. En esta ocasión nuestra visita fue muy relajada, callejeando y disfrutando de los sitios que más nos habían gustado en la anterior visita. Algunas cosas habían cambiado, pero eso os lo contaré más adelante. 

La visita a Lisboa se puede dividir por tanto en dos grandes zonas, el Barrio de Belém, situado a unos 7 km del centro y el centro de la ciudad, cuya zona principal podríamos situar en la Plaza del Comercio y la Baixa. Los imprescindibles para ver y visitar en ambas zonas son los siguientes;

  • Barrio de Belém. 

La historia de este barrio está unida a la época de las grandes exploraciones del entonces Reino de Portugal. Al mando del país estaba Manuel I de Avis, el Afortunado. La capital necesitaba un nuevo puerto y alrededor de este nace el nuevo barrio. De estos nuevos muelles zarpan navegantes y exploradores  como Vasco de Gama. 

Hoy en día Belém es una bonita zona con muchos monumentos y zonas verdes con sombra  a la orilla del Tajo, siendo un lugar estupendo para pasear, disfrutar sus monumentos y las vistas del impresionante Puente 25 de abril, que tanto se parece al Golden Gate. 





En esta zona podemos encontrar importantes monumentos como la famosa Torre de Belém, sin duda icono de la ciudad, junto al puente 25 de Abril. La Torre de Belém, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, es uno de los monumentos más sobresalientes de Lisboa y símbolo de un país volcado hacia el mar y el descubrimiento del mundo. Gracias a los Descubrimientos, Lisboa, en los siglos XV y XVI, se convirtió en el principal centro de comercio a escala mundial.




Para la protección de la ciudad, el rey D. Juan II diseñó un proyecto pionero de defensa marítima de Lisboa, que se acabó en 1514, con la construcción de la Torre de Belém, por el arquitecto Francisco de Arruda, que conjuga con originalidad una torre con un moderno baluarte avanzado y bien armado. D. Manuel I quiso que en la Torre de Belém quedasen bien patentes las marcas de su poder: las armas reales, la esfera armilar y la cruz de la Orden de Cristo.

Cerca de la Torre de Belém hay un museo que puede ser una visita interesante si vais con niños, es el Museo a los Combatientes de Ultramar. En este podemos  encontrar muchas piezas como helicópteros, tanques, coches militares y otros vehículos militares que a mi hijo gustaron bastante. 





También cerca de la Torre, pero en otra dirección se encuentra el Monumento a los Descubrimientos. Este monumento se construyó en 1960 para conmemorar los 500 años desde la muerte de Enrique el Navegante. Con sus impresionantes 52 metros de altura, en sus obras participaron el escultor Leopoldo de Almeida y el arquitecto José Ângelo Cottinelli Telmo, que dieron forma a este enorme monolito de piedra con forma de carabela, en el que aparecen 33 personalidades representativas de la Era de los Descubrimientos mirando al Tajo. 




En su interior, en el sótano, se encuentra una sala de exposiciones temporales. También  se puede subir hasta el piso superior, donde puedes encontrar un mirador.  Desde esta terraza se puede contemplar, de frente, una panorámica preciosa del Monasterio de los Jerónimos al completo. Al otro lado del río, la estatua del Cristo Rey de Lisboa  y el Puente del 25 de Abril se extiende hasta el otro lado del Tajo.

Cruzando la calle desde el Monumento a los Descubrimientos se encuentra el impresionante Monasterio de San Jerónimo. Obra de maestra del estilo gótico manuelino, construido en piedra caliza de color blanco y patrimonio de la humanidad de la UNESCO.  El gótico manuelino queda a medio camino del primer gótico, muy sobrio, y el gótico florido, ya cercano al renacimiento. Es un arte emparentado con el gótico isabelino típico de Castilla en aquella época y caracterizado por el uso de una ornamentación relacionada con los temas marítimos.

En la actualidad la visita al monumento la podemos dividir en tres partes, la basílica (de entrada gratuita), el monasterio (con su claustro como pieza central) y la zona dedicada al museo arqueológico nacional. La entrada al monasterio y al museo arqueológico se puede comprar combinada o solo para uno de ellos. Si tenéis tiempo y vais con niños es interesante la visita conjunta porque sale mejor de precio, además existe la opción de entrada familiar, dos adultos y dos niños o jóvenes, que tiene un descuento del 50%. 

El monumento se comenzó a construir en  1501 sobre los restos de una antigua ermita fundada por Enrique el Navegante donde, se cuenta, Vasco de Gama y su tripulación rezaron antes de viajar a la India. Terminó de construirse en el siglo XVI, aunque el ala occidental y el campanario no se concluyeron hasta el XIX (de hecho, si los observas detenidamente, te darás cuenta de que no guardan armonía con el resto).  Su nombre se debe a que en sus primeros años fue residencia de los monjes de la Orden de San Jerónimo, aunque desde el siglo XIX, con la llegada del gobierno liberal y el desmantelamiento de las órdenes religiosas, es patrimonio del Estado.

El interior de la iglesia del Monasterio de los Jerónimos es francamente espléndido y supone uno de los momentos más excelsos del estilo manuelino, muy alejado del sobrio primer gótico. El arquitecto Juan de Castillo fue el autor de la iglesia (y de la mayor parte del monasterio). Destacan las bellísimas columnas, profusamente decoradas y de las que parten el conjunto de nervios que se reparten por las bóvedas de crucería.




El Claustro del Monasterio es uno de los más bellos que existen. Se trata de un amplio claustro de dos pisos, diseñado en el estilo manuelino imperante, muy reluciente gracias a las últimas restauraciones y con profusión de detalles que hacen referencia a la vida marítima. También la letra M, que hace referencia al rey Manuel I, se repite en distintas ocasiones. En el monasterio se encuentra la tumba de Vasco de Gama. 





La zona de Belém es también conocida por albergar restaurantes y pastelerías, sobre todo la famosa pastelería de los Pasteles de Belém. En 1837 se dio inicio a la fabricación de los “Pastéis de Belém” en las instalaciones anexas a la refinería de caña de azúcar que había al lado del Monasterio,  según la antigua “receta secreta” originaria del Monasterio. Desde entonces, esta receta es transmitida y conocida exclusivamente por los maestros pasteleros que los fabrican de modo artesanal en el “Taller del Secreto”. Esta receta se mantiene inalterable hasta hoy en día.


  • Centro de Lisboa.

La ruta que realizamos en nuestra siguiente jornada en Lisboa, nos llevó por los principales atractivos de la ciudad, que es prácticamente todo el centro, ya que Lisboa tiene un encanto bohemio muy especial, con sus edificios de azulejos y su monumental Barrio de la Baixa. Pero para ordenar un poco la visita vamos a describiros los elementos esenciales de esta. 

Como ya os hemos contado, llegamos al centro de Lisboa en tren, desde Cascáis a la estación de Cais do Sodre, por lo que desde allí fuimos andando a la Plaza del Comercio, centro neurálgico y monumental de la ciudad. La Plaza del Comercio fue el terreno donde se asentó el Palacio Real de Lisboa durante más de 200 años. En 1511, D. Manuel I cambió su residencia desde el Castillo de San Jorge a este lugar al lado del Tajo. Este palacio y su biblioteca fueron destruidos en el Terremoto de Lisboa, en 1755. El Marqués de Pombal decidió reconstruirla en forma de «U», con tres grandes edificios porticados que albergan algunos organismos gubernamentales, la principal oficina de turismo de Lisboa y algunos restaurantes y cafés, como el Martinho da Arcada, el más antiguo de la ciudad y antaño frecuentado por intelectuales. 





La Plaza se abre al Tajo, y era aquí donde en tiempos del Palacio Real, desembarcaban los reyes, aún hoy se puede ver el antiguo embarcadero con sus dos columnas y sus escalinatas de mármol. 





En el centro de la plaza se encuentra la estatua ecuestre de José I (monarca portugués que se encontraba en el trono en el momento del terremoto), obra de Machado de Castro, simbolizando el fin de los trabajos de reconstrucción tras la catástrofe de 1755.

El acceso al Barrio de Baixa, desde la Plaza se hace a través del impresionante Arco del Triunfo. En él podemos contemplar algunas esculturas, obra de Vitor Bastos, de portugueses notables, como Vasco de Gama, el Marqués de Pombal o Nuno Alvares Pereira. En la parte superior, alegorías de la Gloria, el Genio y el Valor flanquean una inscripción que reza: VIRTVTIBVS MAIORVM VT SIT OMNIBVS DOCVMENTO (Que las virtudes de los más grandes sean una enseñanza para todos).

Desde el arco del Triunfo pasamos al barrio de la Baixa. La Baixa es el barrio más céntrico e importante de Lisboa. Fue reconstruido tras el terremoto del siglo XVIII por el Marqués de Pombal, con un estilo clásico y calles geométricas, en él abundan las fachadas cubiertas de azulejos tan típicas de Lisboa. Es el barrio más comercial y durante el día está muy animado.

Subiendo desde la Plaza del Comercio hacia la Baixa, a la izquierda nos quedan los Barrios del Chiado y Alto y a la derecha la Alfama y el Castillo de San Jorge, zona que es la que vamos a recorrer ahora. En la subida hacia la Alfama y el Castillo, nos encontramos la Catedral de Lisboa. 





La Catedral es la  iglesia más antigua de la ciudad. Desde el inicio de la construcción en el año 1147, el edificio ha sido modificado en varias ocasiones y ha sobrevivido a varios terremotos. Fue mandada a construir sobre las ruinas de una antigua mezquita por el primer rey de Portugal, Alfonso Enriques, tras reconquistar la ciudad del domino musulmán.


La catedral es un sólido ejemplo de arquitectura románica y conserva en su exterior la austeridad propia de este estilo arquitectónico. Sus dos torres cuadradas y la solidez de sus muros le dan aspecto de fortaleza, aunque en su fachada ya destaca un gran rosetón vestigio de la progresiva llegada del gótico. Se encuentra en el pintoresco barrio de la Alfama, en mitad de una de las empinadas calles que suben hasta el Castillo de San Jorge, alzándose con la sobriedad propia de la arquitectura medieval religiosa.

Además de la iglesia, merece la pena visitar el claustro. Es posterior, y en él prevalece el estilo gótico, haciendo que recuerde en cierta medida al Monasterio de Los Jerónimos.

Después de visitar la Catedral seguimos ascendiendo por el Barrio de la Alfama. La Alfama es uno de los barrios con más encanto de Lisboa y también el más antiguo. Se extiende casi desde el Tajo por la colina que asciende hasta el castillo de San Jorge y es un lugar para perderse por sus calles estrechas y empinadas disfrutando del ambiente de nostalgia y fado que parece envolverlo todo. Habitado primero por los visigodos y posteriormente por los árabes, debe a estos últimos el trazado de sus laberínticas callejuelas. También fue el barrio de los pescadores, especialmente en su zona baja, que se instalaron aquí tras el terremoto de 1755 que asoló la ciudad.

Subiendo por la Alfama llegamos hasta el Castillo de San Jorge. En nuestra primera visita a Lisboa la entrada al Castillo era libre, pero ahora hay una taquilla. La entrada para los adultos cuesta 10 euros, los jóvenes de entre 12 y 25 años 5 y es gratuita para los menores de 12 años. La entrada merece la pena aunque sea solo por las maravillosas vistas de Lisboa y todo el estuario del Tajo que tenemos desde sus muchos miradores. Se accede al castillo pasando bajo el Arco de San Jorge. Una vez dentro, podremos pasear libremente entre sus once torres, el patio de armas, los calabozos o la Puerta de Moniz en la Praça Nova. Dentro hay algunos puestos de creps y comida rápida, pero la cafetería estaba cerrada cuando fuimos. 





Antiguamente se lo conoció como Castelo dos Mouros (no confundir con el Castelo dos Mouros de Sintra), pues se trataba de una fortificación musulmana reconquistada a mediados del siglo XII por Alfonso Henríquez, primer rey de Portugal, tras un cerco de tres meses y con ayuda de los cruzados. De ahí viene su nombre, pues muchos de ellos profesaban devoción al mártir San Jorge.

Durante el siglo siguiente, al constituirse Lisboa como capital del reino, y hasta mediados del XVI, el castillo vivió su período de máximo esplendor, pues reconvertido en Palacio Real fue testigo de acontecimientos históricos como la recepción de Vasco de Gama a su regreso de la India. Tras el terremoto de Lisboa de 1755, el castillo quedó en ruinas y no se comenzó a restaurar hasta el siglo XX.

Sobre las ruinas del antiguo palacio está la Cámara Oscura del Castillo de San Jorge, también incluida en la entrada y que mediante un curioso sistema de lentes nos permite cotillear varios de los lugares más famosos de Lisboa en tiempo real.

Después de ver el Castillo bajamos de nuevo a la Baixa para comer en la terraza de uno de sus restaurantes. Tuvimos la oportunidad de degustar dos platos típicos de la gastronomía lisboeta, el bacalao a bras  ( bacalao desmigado con la mezcla de patatas y huevo)  y el caldo verde ( elaborado con col, patatas y chorizo).

Después de comer paseamos por la Baixa en dirección a la Plaza de los Restauradores. En mitad de la plaza podemos contemplar un gran obelisco, obra de António Tomás da Fonseca, que hace referencia a un episodio importante en la historia de Portugal,  la independencia lograda por los restauradores en 1640, tras sesenta años de dominación española.

Nos dirigimos después hacia otro de los iconos de Lisboa, el elevador de Santa Justa. Este elevador es el único ascensor vertical de Lisboa y es todo un emblema para la ciudad. Comunica la Baixa con el Barrio Alto y además de su función práctica, es una de las atracciones más solicitadas (puedes encontrar importantes colas). El ascensor resulta de lo más llamativo, con su estructura de hierro forjado y sus elegantes aires neogóticos. Es obra de Raoul Mesnier Ponsard, discípulo de Gustav Eiffel, por lo que recuerda en cierta medida a la famosa torre parisina. Fue inaugurado en 1902 y al principio funcionaba a vapor, aunque pocos años más tarde comenzó a realizar sus trayectos mediante electricidad.





El elevador de Santa Justa recorre en pocos segundos los cuarenta metros de altura que separan La Baixa del Barrio Alto, concretamente hasta Largo do Carmo.  Sin embargo a nosotros no nos apetecía meternos en una cabina con 20 personas más, ni tampoco hacer cola, por lo que optamos por subir al Barrio Alto andando. La subida no es tan empinada si la haces a través del  Barrio de Chiado y este barrio es también uno de los imprescindibles de Lisboa. Chiado es el barrio más bohemio de Lisboa, desde finales del siglo XIX y principios del XX, comenzó a ganar importancia en la ciudad por ser el predilecto de poetas y escritores para reunirse y celebrar sus tertulias.

En 1988 tuvo lugar el episodio más trágico para el Chiado, ya que un incendio terminó con buena parte del barrio, dejando la zona prácticamente arrasada, a muchas personas sin vivienda o sin trabajo y numerosos heridos. El proyecto de recuperación del Chiado, dirigido por el arquitecto Álvaro Siza Vieira, duraría nada menos que una década, durante la que se fueron rehabilitando una veintena de edificios históricos. Actualmente, el Chiado es una de las zonas comerciales más importantes de Lisboa; su diferencia respecto a la Baixa es que, pese a tener también unas cuantas franquicias de marcas que todos conocemos, también alberga pequeños comercios mucho más especiales.

Paseando por Chiado llegamos sin darnos cuenta hasta el Barrio Alto. Este barrio es famoso por su vida nocturna, ya que además de pintorescos restaurantes en él se encuentran multitud de cafeterías y locales de copas. Además de su ambiente nocturno, merece la pena subir al barrio de día para disfrutar de sus bonitos miradores y sus plazas, cargadas de un ambiente bohemio que cobra vida entre sus acogedores cafés y elegantes edificios del siglo XVIII, que albergan librerías y teatros. De sus miradores, el más alto es el Mirador de San Pedro de Alcántara, desde donde hay unas preciosas vistas del Castillo de San Jorge y toda la parte nueva de Lisboa. Además el mirador está rodeado por unos bonitos jardines con esculturas blancas y mosaicos que crean un espacio de lo más relajante.






Tras disfrutar estas preciosas vistas desandamos camino, para bajar de nuevo a la Baixa, disfrutar de un heladito y dirigirnos de nuevo a la Plaza del Comercio, desde donde tenemos un agradable paseo fluvial que sigue al Tajo hasta llegar de nuevo a la estación Cais do Sodre. En este camino pasamos por delante del precioso edificio del Ministerio de la Marina.