lunes, 27 de septiembre de 2021

Elvas, la vecina portuguesa.



Elvas es una coqueta ciudad portuguesa situada a apenas 10 km de la frontera con España, concretamente con Badajoz. Esta cercanía, ahora amigable, no lo fue tanto en tiempos pasados, condicionando la forma de la ciudad, que hubo de rodearse de muros defensivos y fortalezas para protegerse de los ataques españoles. Este sistema de fortificación es lo que se conoce como plaza fuerte, y junto a sus fortalezas exteriores ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Son precisamente estas fortificaciones lo que hoy le dan ese atractivo. La situación geográfica de Elvas hace que sea una ciudad calurosa en verano, por lo que recomiendo evitar la visita en meses estivales, ya que el principal encanto es recorrer sus calles y fortalezas y para ello la temperatura debe ser agradable. Como ya hemos mencionado, Elvas es una ciudad fortificada, con un castillo en su parte superior. A pesar de esta fortificación, era una ciudad vulnerable, ya que su posición no es muy elevada, y hay colinas en sus alrededores desde donde podría ser fácilmente atacada. Es por ello que para fortalecer su defensa se construyeron en estas colinas dos fortalezas defensivas, el Fuerte de Santa Lucía, en su parte sur y el Fuerte de Nuestra Sra. de Gracia, en la parte norte. 

Nuestra visita fue a principios de septiembre, aunque no era un día especialmente caluroso, la temperatura no subió de 28 grados, en algunos momentos pasamos calor, ya que tanto en la visita a las fortalezas como a la ciudad, la mayor parte del tiempo estuvimos a pleno sol. Llegamos a Elvas entrando desde Badajoz, y nuestra primera parada fue el fuerte de Santa Lucía. 





La construcción del Fuerte de Santa Lucía se inició a consecuencia de la Guerra de la Restauración en 1641, se concluye en  1648 y pasarán por ella los mejores expertos de la arquitectura militar de la época. Es de planta rectangular, cuenta con un anillo exterior formado por una muralla abaluartada en forma de estrella. En la zona norte se abre su única puerta de acceso, que da paso al recinto, formado por cuatro baluartes con un foso seco que los rodea. En el centro se encuentra el anillo de planta cuadrada protegiendo la Casa del Gobernador a la que se llega tras pasar un puente levadizo. Hasta aquí se podía llegar también a través de un túnel bajo tierra. Nos parecieron muy interesantes el sistema de galerías subterráneas, diseñadas para moverse por toda la fortaleza sin exponerse a los ataques. Como su guía nos explicó, el diseño de los muros, tanto en inclinación, como en espesor, está pensado para evitar la falta de oxígeno dentro. 

Después de la visita a esta fortaleza, nos dirigimos hacia el Castillo de Elvas, donde hay una aparcamiento gratuito bastante amplio, en nuestro camino hacia el Castillo, atravesamos el sistema defensivo de la ciudad y vemos algunas de sus calles. 




El castillo de Elvas es bastante bonito por fuera, pero la visita al interior nos decepcionó. El Castillo es una fortificación islámica reconstruida en los siglos XIII y XIV que no tuvo el aspecto actual hasta el siglo XVI. En el vivía el alcalde de Elvas y fue palco de numerosos acontecimientos históricos, como los tratados de paz e intercambios de princesas. La torre del homenaje es más moderna que el resto, ya que fue erigida en el siglo XV en el ángulo noroeste y cuenta con una cubierta de tejas.




Desde aquí bajamos hacia la Plaza de la República, que es la plaza principal de la ciudad. Su suelo está formado por figuras cuadradas de basalto, mármol y arenisca que crean patrones geométricos tridimensionales muy bonitos, hay también una escultura central con las letras de la ciudad. Los edificios más importantes aquí son la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de estilo manuelino del siglo XVI y el edificio del antiguo ayuntamiento que se encuentra frente a ella. Los otros dos lados están ocupados por casas de vecindad, en las plantas bajas de las cuales ahora hay numerosos restaurantes y bares.


Otro bonito rincón que nos llamó la atención en Elvas es el  arco del Dr. Santa Clara, construido en el siglo XIX aprovechando  los restos de la muralla árabe, en un lateral se puede contemplar la puerta original de la época musulmana. Frente al arco, en una plazuela, se encuentra el Pelourinho, una picota de estilo manuelino. Esta picota tiene cuatro brazos donde se colgaba a los ajusticiados, y no se les podía bajar hasta el día de todos los Santos de ese año, 1 de noviembre.




Después de callejear un poco por las coquetas calles que rodean al castillo, tomamos el coche y salimos del recinto amurallado por otra de sus puertas, la puerta de la esquina, bastante bonita. 

En nuestro camino en coche pasamos por el acueducto de Amoreira, en un espectacular acueducto de 31 metros de altura y 8,5 km de longitud, considerado el mayor acueducto de la Península Ibérica. El acueducto se construyó entre finales del Siglo XVI y principios de XVII para abastecer de agua la ciudad. 

No tuvimos tiempo de visitar la otra fortaleza de Elvas, el Fuerte de Santa María de Gracia, ya que debíamos proseguir camino en dirección a Lisboa, pero sin duda es una visita interesante. 

Nos despedimos pues de Elvas con muy buen sabor de boca y la imagen del acueducto despidiéndonos. 



sábado, 25 de septiembre de 2021

Cascais, capital del glamour portugués.


Cascais puede parecer un destino elitista y algo pijo, y en cierto modo lo es, pero no por ello está falto de encanto. En un recorrido por su centro histórico encontramos algunas joyas que merecen la pena ser visitadas. El aparcamiento es una cuestión complicada los fines de semana veraniegos, pero fuera de ellos no tendréis problema para estacionar, eso sí, pagando, ya que todo el aparcamiento en la calle cerca del centro histórico es de pago, y es aquí donde se localizan los principales atractivos de esta villa. Cascais lleva mucho tiempo siendo un destino turístico muy codiciado, ya que era el lugar escogido para el retiro estival de la nobleza portuguesa. 

Nosotros habíamos reservado un apartamento bastante cerca de esta localidad, por lo que dedicamos un par de tardes a recorrerla y disfrutar de su ambiente. El primer día aparcamos en un parking que hay justo enfrente de la policía local, en el centro histórico de la villa. Desde allí recorrimos esta zona, bastante coqueta, repleta de tiendas y restaurantes. 

Posteriormente nos dirigimos hacia la ciudadela de Cascais, que actualmente es un hotel, por lo que el acceso a su patio central es libre. La Ciudadela de Cascais es un conjunto de fortificaciones construidas entre los siglos XV y XVII para defender la costa de esta localidad y el estuario del río Tajo y para protegerse de los ataques a Lisboa. La ciudadela incorpora tres desarrollos separados, la torre de Santo António de Cascais, la Fortaleza de Nuestra Señora de la Luz (Nossa Senhora da Luz de Cascais) y el área del antiguo Palacio Real.

En el siglo XIX, el rey Luis I de Portugal ordenó la adecuación de la ciudadela para convertirla en un lugar de descanso y retiro de la familia real y la nobleza y se construyó la zona del palacio real (ahora museo).  Hasta el regicidio del rey Carlos I en 1908, la familia real pasó los meses de septiembre y octubre en Cascais. Esto llevó al crecimiento de Cascais como un lugar importante para que la gente acomodada de Lisboa pasara el verano. Desde entonces, ha sido restaurado e incorporado al diseño moderno de las áreas circundantes, proporcionando un impresionante telón de fondo para el nuevo puerto deportivo de Cascais. Se ha construido un hotel en los edificios de la Ciudadela, que ahora también alberga un Centro de Artes.

Desde la Ciudadela bajamos al puerto deportivo para dar una vuelta y cenar en uno de sus restaurantes. Después paseamos por el puerto hasta llegar a su extremo, desde donde se aprecia el faro de Santa Marta, pero al ser de noche no pudimos ver muchas más cosas. 



Al día siguiente volvimos más temprano, y lo primero que visitamos fue la Boca del Infierno, una curiosa formación rocosa donde el agua del mar golpea cuando está agitada. A nosotros no nos pareció gran cosa, quizás porque ese día el mar estaba bastante calmado. 



Después nos dirigimos de nuevo al centro de Cascais y aparcamos en el parking de la ciudadela. Desde allí fuimos hacia el cercano museo de los Condes de Castro Guimaraes. Un paseo por el Parque Marechal Carmona, que rodea el museo, permite descubrir una pequeña capilla, preciosos paneles de azulejos y un pequeño zoo. Mención aparte merece el edificio mandado edificar en 1897 por Jorge O´Neill, un aristócrata irlandés que después entró en bancarrota y hubo de venderlo al Conde de Guimaraes. Fue diseñado  por Luigi Magnini, autor de algunas de las principales obras del revivalismo neomanuelino, como el Hotel do Buçaco y la Quinta da Regaleira (Sintra). Este proyecto fue desarrollado por Francisco Vilaça, pintor y arquitecto.

 



El emplazamiento de este magnífico edificio, ubicado en una pequeña ensenada, tan cerca del agua que las olas barren la base del edificio con marea alta, resulta tan atractivo como su contenido artístico, que incluye una interesante colección de arte, opulentas piezas de mobiliario de estilo indo-portugués, vestigios arqueológicos prehistóricos y una biblioteca, en la que destacan un manuscrito iluminado de 1505 y ediciones del siglo XVII con preciosas encuadernaciones.

Cerca del museo se encuentra el faro de Santa Marta,  originalmente formaba parte del fuerte de Santa Marta, pero en la actualidad es un museo cuyo contenido retrata la vida de los antiguos fareros, la tecnología y la historia a lo largo de los tiempos. No  nos dio tiempo a visitar su interior, ya que los museos en Portugal cierran muy pronto, a las seis de la tarde. Pero había una bonita exposición fotográfica sobre faros en su exterior, y una terraza con una música increíble, en la que nos sentamos para disfrutar una Sagres, con la bonita visión del faro y el olor del mar de fondo. Sin duda una forma magnífica de rematar la jornada.





 

viernes, 17 de septiembre de 2021

Évora, capital del Alentejo portugués.

El Alentejo es la región más grande de Portugal, también la más despoblada y para muchos desconocida, alejada del turismo de masas de otras zonas como el Algarve o Lisboa. Sin embargo esta región es cautivadora y ofrece paisajes de gran belleza que se caracterizan por sus llanuras pobladas de flores silvestres y girasoles, ondulantes colinas, viñedos de color lima e impresionantes playas de aguas cristalinas y arenales kilométricos. En el interior de esta región, a una hora de la frontera con España, se encuentra su capital, Évora, una coqueta y monumental ciudad que merece la pena conocer. Nosotros hemos tenido el privilegio de visitarla recientemente y queremos compartir con vosotros nuestra experiencia.

Évora es una ciudad amurallada, por lo que el centro histórico es de pequeño tamaño, fácil de recorrer a pie y con posibilidad de ser visitado en un día. Nuestra visita se enmarcó en un viaje de vuelta a España desde la región de Lisboa, por lo que solo pudimos dedicar a esta ciudad unas horas, aún así fueron suficientes para conocer sus principales monumentos. Aparcamos en uno de los parkings gratuitos que se encuentran aledaños a las puertas de la muralla, en nuestro caso elegimos la entrada a la muralla más cercana a la universidad de Évora y al templo romano. Es posible acceder al recinto amurallado también en coche, pero todo el aparcamiento es de pago, y la distancia desde el otro aparcamiento son cinco minutos andando, por lo que no merece la pena. En nuestro camino en coche hasta el aparcamiento atravesamos el impresionante acueducto de Évora, construcción renacentista del siglo XVI construida para abastecer de agua a la ciudad. 

Después de aparcar, el primer edificio que nos encontramos en nuestro camino es el  de la Universidad. La universidad de Évora es la segunda más antigua de Portugal, después de la de Coímbra. Sus edificios están repartidos por todo la ciudad, pero el edificio principal es el colegio del Espíritu Santo, en el que de destacan su bello claustro, el salón de actos y la biblioteca. 

Desde el edificio de la universidad, a corta distancia, encontramos uno de los principales vestigios del pasado romano de la ciudad, el templo de Diana. De estilo corintio, fue construido en el inicio del siglo I d.C., y se sitúa en el centro histórico de la ciudad, más precisamente en el Largo Conde de Vila Flor, cerca de la Catedral de Évora, la Biblioteca Pública de Évora, del Fórum Eugenio de Almeida, del Museo de Évora y de la bellísima Posada de los Lóios (Pousada dos Lóios). 




Desde el templo nos dirigimos a la Catedral, cuya fachada, completamente construida en granito, impresiona. La construcción de la Catedral de Évora se inició en 1186 y fue consagrada en 1204, aunque no concluyó su construcción hasta 1250.  Su estilo es una   transición del  romántico al  gótico. Dentro destaca su claustro, por su belleza. Hay opción de subir a sus torres, pero nosotros optamos por no hacerlo. 






Desde la Catedral vamos paseando para buscar la plaza más importante de Évora, la Plaza del Giraldo. Esta plaza fue construida en el siglo XVI y tiene unos edificios muy bonitos a su alrededor. Presidiendo la plaza  se encuentra la iglesia renacentista de San Antón, construida en el siglo XVI y que junto a la catedral de Évora y a la iglesia de San Francisco completan este trío de templos religiosos importantes de la ciudad. Está construida sobre una antigua iglesia templaría. En la fachada destacan sus dos torres campanario. Tiene tres naves con capillas laterales, destaca en la capilla mayor, el retablo barroco, así como el frontal del altar, único vestigio de la primitiva ermita.




Enfrente de la iglesia encontramos el edifico del Banco de Portugal. En medio de la Plaza hay una bonita fuente conocida como el Chafariz de la plaza de Giraldo. La enorme fuente de mármol blanco que  data del siglo XVI. Uno de los conductos del acueducto de Évora traía agua hasta esta fuente y surtía de agua potable al pueblo. La fuente tiene ocho caños, que representan las ochos calles que confluyen en la plaza. 

Las arcadas de uno de los laterales de la plaza de Giraldo se construyeron para albergar y proteger los comercios que desde el siglo XVI han dado vida a la plaza. La plaza está dedicada a Giraldo, uno de los conquistadores cristianos que arrebataron Évora a los musulmanes en el siglo XII.

Desde la plaza nos dirigimos a la Iglesia de San Francisco, anexa a la cual se haya uno de los monumentos más peculiares de Évora, la capilla de los huesos. La capilla fue edificada en el siglo XVII por iniciativa de tres frailes franciscanos cuyo objetivo era transmitir el mensaje de la transitoriedad y fragilidad de la vida humana. Este mensaje se nos muestra de forma gráfica  nada más atravesar la puerta de entrada a través de una inscripción en la entrada: (“Nós ossos que aqui estamos, pelos vossos esperamos”)  “Nosotros los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos”. Sus paredes y sus ocho columnas están decoradas de huesos largos y cráneos cuidadosamente ordenados y pegados con cemento. El techo está hecho de ladrillo blanco decorado con diferentes motivos. Se calcula que el número aproximado de esqueletos necesarios para realizar semejante obra es de unos 5000, provenientes de los cementerios de las iglesias situadas en los alrededores.





La entrada a la capilla cuesta cinco euros por adulto, algo caro en mi opinión, ya que se ve en poco tiempo, pero hay la opción de una entrada familiar de dos adultos y dos niños o adolescentes, por 12 euros. Aún así es un lugar que no puedes dejar de visitar, por ser bastante curioso.  La visita incluye también una pequeña exposición de arte sacro y otra de escenas de belenes antiguos, pero nosotros no pudimos dedicar mucho tiempo a estas ya que la parada en Évora se había alargado mucho y nos quedaban aún muchas horas para de viaje hasta llegar a casa. 


viernes, 10 de septiembre de 2021

Qué ver y hacer en Mafra, la grandiosidad portuguesa.




Mafra es una  bonita ciudad portuguesa de la región de Lisboa, situada a 40 km al noroeste de la capital. En ella encontramos uno de los mayores y más extravagantes palacios de Europa, el Palacio Nacional de Mafra. Sin duda el palacio es el mayor y más impresionante atractivo turístico de esta zona, pero hay muchas más cosas para ver y disfrutar, y os las vamos a contar todas. 

Nuestra visita a Mafra se enmarca dentro de un viaje de seis días por la región de Lisboa. Es la segunda ocasión que visitábamos la capital lusa, por lo que quisimos ampliar horizontes hacia zonas aledañas, y sin duda la visita a Mafra y sus alrededores fue todo un acierto. Llegamos a Mafra desde la zona de Estoril, en poco más de media hora, y antes de llegar hicimos una pequeña parada para ver una pintoresca aldea situada a tan solo 8 kilómetros de distancia de esta. Se trata de una pequeña aldea que ha sido rehabilitada para convertirse en una complejo de apartamentos rurales, pero sin perder ni un ápice de su encanto. 




En la aldea de Mata Pequeña se respira una gran paz, es un rincón precioso, restaurado con gran gusto, manteniendo la esencia de una aldea tradicional portuguesa. Los edificios están situados a ambos lados de una calle principal, se recorre en poco tiempo, pero tiene muchos rincones encantadores. 





Después de la visita a la aldea continuamos camino hacia Mafra, llegamos directos al Palacio, ya que se encuentra en las afueras de la localidad, al lado hay un parking gratuito donde podéis dejar el vehículo. El palacio es impresionante, es de grandes dimensiones, tanto que es realmente complicado sacar una fotografía de toda su fachada, y eso que hay un gran espacio delante. 




El Palacio Nacional de Mafra, es sin duda, el monumento barroco más importante de Portugal, declarado Patrimonio de la Humanidad en julio de 2019. Podemos considerarlo una  exaltación al barroco, un capricho megalómano, un emblema nacional... ,  pero lo que sí es sin duda es un monumento que bien vale una visita. 

Sus orígenes se remontan al siglo XVIII, cuando con 22 años y tres de casado, el Rey Juan V de Portugal, preocupado por su descendencia, hizo una promesa a los frailes franciscanos: les construiría un monasterio en la localidad de Mafra si sus ruegos para que un heredero naciese fuesen atendidos. Dicho y hecho, en 1711 tuvo su primera hija (María Bárbara de Braganza) y seis años después se inició la construcción del convento; planeado inicialmente para 13 mojes. Pero el oro proveniente de Brasil brotaba a borbotones, así que el Rey decidió, no solo ampliar el convento para 300 frailes, sino construirse un inmenso palacio y una basílica como ninguna. Cerca de 52.000 hombres trabajaron día y noche para cumplir el deseo del Rey de inaugurar toda la obra a finales de 1730, con motivo de su 41º cumpleaños. Aunque con algunas estancias a medias, la petición del monarca fue cumplida y las suntuosas festividades se prolongaron durante ocho días.

Cuando llegamos al palacio lo primero que hemos de visitar es la basílica, situada en la parte central del impresionante edificio. Sus dos torres de más de 70 metros de alto ostentan dos carrillones compuestos por 49 campanas cada uno, fabricadas en Amberes en el siglo XVIII. El interior de la iglesia está recubierto de mármoles y jaspes y posee artilugios religiosos traídos desde Italia y Francia además de la colección más importante de escultura barroca italiana fuera de Italia, con 58 piezas. Pero lo más asombroso si cabe, son sus seis órganos, instalados en 1807 y que constituyen un patrimonio único en el mundo. Diseñados para funcionar de forma simultánea, solo se escucha su melodía completa el primer domingo de cada mes, están compuestos por 2.000 tubos cada uno, el más pequeño de 24 milímetros y el mayor de más de 6 metros. La entrada a la basílica es gratuita. 





Después nos dirigimos al ala izquierda, donde se encuentra la entrada al palacio. Nos sorprendió lo barata que es la entrada a este monumento, la tarifa para una familia de dos adultos y dos niños es de 12 euros, si lo comparamos con otros palacios que hemos visitado, como el Palacio Nacional de Pena, mucho más famoso que este pero cuyo interior no es tan impresionante, según mi opinión. 

Dentro del Palacio encontramos en primer lugar la zona dedicada al convento,  austero y simple, se conserva como en el siglo XVIII. Llama la atención la enfermería, dotada con una pequeña capilla para que los monjes enfermos no se perdieran ningún acto religioso. En la visita pueden verse también la cocina, el refectorio, la sala capitular y un pequeño museo de arte sacro.




Después subimos una planta para visitar las estancias del palacio. A pesar de que el palacio fue despojado de sus muebles más valiosos cuando en 1807 los monarcas portugueses huyeron a Brasil, escapando de las tropas napoleónicas, las estancias aún conservan  piezas valiosas.


Aunque lo que más impresiona es, sin duda, su biblioteca. Aparte del tamaño de la sala y su dimensión estética, el trenzado en mármol azul, rosa y blanco del suelo es el más impresionante de todo el edificio, la importancia recae en su contribución al saber, siendo una de las bibliotecas más importantes de Europa. Su colección asciende a 36.000 volúmenes, desde el siglo XIV hasta el XIX. Una curiosidad: la biblioteca, como muchas otras del mundo, tiene su propia colonia de murciélagos que conservan los libros y la madera libres de insectos.




El palacio tiene también un bonito jardín inspirado en Versalles, conocido como el Jardín del Cerco, de corte barroco.  Este espacio combina naturaleza, agricultura y jardinería y cuenta con una noria centenaria aún en funcionamiento. Dentro de él también se encuentra la huerta de los frailes con plantas medicinales usadas en época de Juan V.

Cerca de Mafra se encuentra la Tapada Nacional, o Parque Nacional de Mafra.  Creada en 1747 como parque de ocio y caza para el Rey Juan V y su corte, constituye la zona natural amurallada más extensa del país. En sus 819 hectáreas acoge una amplia variedad de flora y fauna; fue allí donde los infantes aprendieron a nadar y donde los mayores, los príncipes Pedro y Luis se iniciaron en la caza, persiguiendo zorros, ciervos, conejos y palomas silvestres. Hoy está abierto al público y constituye un verdadero patrimonio natural de la zona. Nosotros no la visitamos por falta de tiempo, ya que es una zona muy amplia donde se puede hacer senderismo  y otras actividades y que necesita al menos una jornada para ser disfrutada con tranquilidad. 

Proseguimos viaje hacia nuestro siguiente destino, que se encuentra muy cerca de Mafra, en dirección a Ericeira, la aldea típica de José Franco. Este lugar fue construido en los años 60 por el escultor y ceramista José Franco, y allí puedes ver representadas las ocupaciones típicas que se tenían hace ya muchas décadas en esta parte de Portugal, constituyendo un verdadero museo etnográfico. Recrea a tamaño real  una aldea típica portuguesa, con sus colores y edificios, aunque a mí me recordó mucho a Óbidos. Una visita muy divertida, sobre todo si viajas con niños. La entrada a la aldea es gratuita y dentro hay un horno donde comprar productos de la zona y también una cantina para tomar bebidas. 





Tras la visita a la aldea proseguimos ruta hacia la bella localidad marinera de Ericeira, donde vamos a parar para visitar el pueblo, su playa de los pescadores y comer. Aparcamos al lado de la iglesia de San Pedro, un bonito templo de esta localidad, y desde allí vamos paseando por sus encantadoras callejuelas hasta llegar a la playa de los pescadores. Situada justo en el centro de la localidad de Ericeira, la Playa de Peixe o de los Pescadores es, tal como su propio nombre indica, utilizada por los pescadores en sus faenas habituales. Desde arriba podemos observar todas las artes de pesca en un rincón de la playa.  Está protegida de los vientos por un muro de 40 metros de altura donde se sitúan diversos restaurantes y marisquerías, y es que sin duda la gastronomía de Ericeira está unida al mar. Es un lugar muy popular para los amantes de surf, por lo que en verano suele estar bastante concurrido. 




 Desde Ericeira nos vamos hacia la localidad de Azenhas do Mar, un pintoresco pueblo de pescadores cuyas casas blancas se arremolinan en la ladera de un acantilado que desciende hasta el mar y donde hay una bonita piscina natural. El día de nuestra visita el mar estaba algo picado y las olas rompían sobre la piscina, creando un precioso espectáculo. 




Desde Azenhas nos dirigimos hacia la playa de Adraga, un bonito arenal con unas espectaculares formaciones rocosas. En ella vamos a disfrutar un ratito de playa, la ventaja es que debido a su orografía tiene bastante zona de sombra, por lo que es un sitio perfecto para huir del calor estival. Es también un lugar frecuentado por los surfistas, que suelen llegar al atardecer, disfrutamos también viendo como cabalgaban sobre las olas. 




Es un lugar muy bonito fotográficamente por las formaciones rocosas, con la marea baja se puede acceder a un par de calas aledañas que también son muy chulas. Estuvimos paseando entre ellas hasta casi el atardecer, momento en el que nos dirigimos hacia el cercano Cabo de Roca, para ver el atardecer desde allí.




El Cabo de Roca es el punto más occidental del Portugal continental, y por tanto también de la Península Ibérica y de  Europa continental.  Desde su mirador hay una vista espectacular de la costa recortada sobre el océano,  en él encontraremos también un monolito donde están inscritas las coordenadas exactas del cabo.




En el Cabo de Roca hay también un bonito faro inaugurado en 1772, uno de los más antiguos de Portugal, y una tienda de souvenirs, donde los más curiosos podrán comprar un certificado que acredita su paso por el punto más occidental del continente y antiguamente considerado el fin del mundo conocido. También hay un café-restaurante donde se puede tomar algo (bastante caro, por cierto).

En este punto ponemos fin a la jornada y volvemos hacia Estoril.