viernes, 10 de septiembre de 2021

Qué ver y hacer en Mafra, la grandiosidad portuguesa.




Mafra es una  bonita ciudad portuguesa de la región de Lisboa, situada a 40 km al noroeste de la capital. En ella encontramos uno de los mayores y más extravagantes palacios de Europa, el Palacio Nacional de Mafra. Sin duda el palacio es el mayor y más impresionante atractivo turístico de esta zona, pero hay muchas más cosas para ver y disfrutar, y os las vamos a contar todas. 

Nuestra visita a Mafra se enmarca dentro de un viaje de seis días por la región de Lisboa. Es la segunda ocasión que visitábamos la capital lusa, por lo que quisimos ampliar horizontes hacia zonas aledañas, y sin duda la visita a Mafra y sus alrededores fue todo un acierto. Llegamos a Mafra desde la zona de Estoril, en poco más de media hora, y antes de llegar hicimos una pequeña parada para ver una pintoresca aldea situada a tan solo 8 kilómetros de distancia de esta. Se trata de una pequeña aldea que ha sido rehabilitada para convertirse en una complejo de apartamentos rurales, pero sin perder ni un ápice de su encanto. 




En la aldea de Mata Pequeña se respira una gran paz, es un rincón precioso, restaurado con gran gusto, manteniendo la esencia de una aldea tradicional portuguesa. Los edificios están situados a ambos lados de una calle principal, se recorre en poco tiempo, pero tiene muchos rincones encantadores. 





Después de la visita a la aldea continuamos camino hacia Mafra, llegamos directos al Palacio, ya que se encuentra en las afueras de la localidad, al lado hay un parking gratuito donde podéis dejar el vehículo. El palacio es impresionante, es de grandes dimensiones, tanto que es realmente complicado sacar una fotografía de toda su fachada, y eso que hay un gran espacio delante. 




El Palacio Nacional de Mafra, es sin duda, el monumento barroco más importante de Portugal, declarado Patrimonio de la Humanidad en julio de 2019. Podemos considerarlo una  exaltación al barroco, un capricho megalómano, un emblema nacional... ,  pero lo que sí es sin duda es un monumento que bien vale una visita. 

Sus orígenes se remontan al siglo XVIII, cuando con 22 años y tres de casado, el Rey Juan V de Portugal, preocupado por su descendencia, hizo una promesa a los frailes franciscanos: les construiría un monasterio en la localidad de Mafra si sus ruegos para que un heredero naciese fuesen atendidos. Dicho y hecho, en 1711 tuvo su primera hija (María Bárbara de Braganza) y seis años después se inició la construcción del convento; planeado inicialmente para 13 mojes. Pero el oro proveniente de Brasil brotaba a borbotones, así que el Rey decidió, no solo ampliar el convento para 300 frailes, sino construirse un inmenso palacio y una basílica como ninguna. Cerca de 52.000 hombres trabajaron día y noche para cumplir el deseo del Rey de inaugurar toda la obra a finales de 1730, con motivo de su 41º cumpleaños. Aunque con algunas estancias a medias, la petición del monarca fue cumplida y las suntuosas festividades se prolongaron durante ocho días.

Cuando llegamos al palacio lo primero que hemos de visitar es la basílica, situada en la parte central del impresionante edificio. Sus dos torres de más de 70 metros de alto ostentan dos carrillones compuestos por 49 campanas cada uno, fabricadas en Amberes en el siglo XVIII. El interior de la iglesia está recubierto de mármoles y jaspes y posee artilugios religiosos traídos desde Italia y Francia además de la colección más importante de escultura barroca italiana fuera de Italia, con 58 piezas. Pero lo más asombroso si cabe, son sus seis órganos, instalados en 1807 y que constituyen un patrimonio único en el mundo. Diseñados para funcionar de forma simultánea, solo se escucha su melodía completa el primer domingo de cada mes, están compuestos por 2.000 tubos cada uno, el más pequeño de 24 milímetros y el mayor de más de 6 metros. La entrada a la basílica es gratuita. 





Después nos dirigimos al ala izquierda, donde se encuentra la entrada al palacio. Nos sorprendió lo barata que es la entrada a este monumento, la tarifa para una familia de dos adultos y dos niños es de 12 euros, si lo comparamos con otros palacios que hemos visitado, como el Palacio Nacional de Pena, mucho más famoso que este pero cuyo interior no es tan impresionante, según mi opinión. 

Dentro del Palacio encontramos en primer lugar la zona dedicada al convento,  austero y simple, se conserva como en el siglo XVIII. Llama la atención la enfermería, dotada con una pequeña capilla para que los monjes enfermos no se perdieran ningún acto religioso. En la visita pueden verse también la cocina, el refectorio, la sala capitular y un pequeño museo de arte sacro.




Después subimos una planta para visitar las estancias del palacio. A pesar de que el palacio fue despojado de sus muebles más valiosos cuando en 1807 los monarcas portugueses huyeron a Brasil, escapando de las tropas napoleónicas, las estancias aún conservan  piezas valiosas.


Aunque lo que más impresiona es, sin duda, su biblioteca. Aparte del tamaño de la sala y su dimensión estética, el trenzado en mármol azul, rosa y blanco del suelo es el más impresionante de todo el edificio, la importancia recae en su contribución al saber, siendo una de las bibliotecas más importantes de Europa. Su colección asciende a 36.000 volúmenes, desde el siglo XIV hasta el XIX. Una curiosidad: la biblioteca, como muchas otras del mundo, tiene su propia colonia de murciélagos que conservan los libros y la madera libres de insectos.




El palacio tiene también un bonito jardín inspirado en Versalles, conocido como el Jardín del Cerco, de corte barroco.  Este espacio combina naturaleza, agricultura y jardinería y cuenta con una noria centenaria aún en funcionamiento. Dentro de él también se encuentra la huerta de los frailes con plantas medicinales usadas en época de Juan V.

Cerca de Mafra se encuentra la Tapada Nacional, o Parque Nacional de Mafra.  Creada en 1747 como parque de ocio y caza para el Rey Juan V y su corte, constituye la zona natural amurallada más extensa del país. En sus 819 hectáreas acoge una amplia variedad de flora y fauna; fue allí donde los infantes aprendieron a nadar y donde los mayores, los príncipes Pedro y Luis se iniciaron en la caza, persiguiendo zorros, ciervos, conejos y palomas silvestres. Hoy está abierto al público y constituye un verdadero patrimonio natural de la zona. Nosotros no la visitamos por falta de tiempo, ya que es una zona muy amplia donde se puede hacer senderismo  y otras actividades y que necesita al menos una jornada para ser disfrutada con tranquilidad. 

Proseguimos viaje hacia nuestro siguiente destino, que se encuentra muy cerca de Mafra, en dirección a Ericeira, la aldea típica de José Franco. Este lugar fue construido en los años 60 por el escultor y ceramista José Franco, y allí puedes ver representadas las ocupaciones típicas que se tenían hace ya muchas décadas en esta parte de Portugal, constituyendo un verdadero museo etnográfico. Recrea a tamaño real  una aldea típica portuguesa, con sus colores y edificios, aunque a mí me recordó mucho a Óbidos. Una visita muy divertida, sobre todo si viajas con niños. La entrada a la aldea es gratuita y dentro hay un horno donde comprar productos de la zona y también una cantina para tomar bebidas. 





Tras la visita a la aldea proseguimos ruta hacia la bella localidad marinera de Ericeira, donde vamos a parar para visitar el pueblo, su playa de los pescadores y comer. Aparcamos al lado de la iglesia de San Pedro, un bonito templo de esta localidad, y desde allí vamos paseando por sus encantadoras callejuelas hasta llegar a la playa de los pescadores. Situada justo en el centro de la localidad de Ericeira, la Playa de Peixe o de los Pescadores es, tal como su propio nombre indica, utilizada por los pescadores en sus faenas habituales. Desde arriba podemos observar todas las artes de pesca en un rincón de la playa.  Está protegida de los vientos por un muro de 40 metros de altura donde se sitúan diversos restaurantes y marisquerías, y es que sin duda la gastronomía de Ericeira está unida al mar. Es un lugar muy popular para los amantes de surf, por lo que en verano suele estar bastante concurrido. 




 Desde Ericeira nos vamos hacia la localidad de Azenhas do Mar, un pintoresco pueblo de pescadores cuyas casas blancas se arremolinan en la ladera de un acantilado que desciende hasta el mar y donde hay una bonita piscina natural. El día de nuestra visita el mar estaba algo picado y las olas rompían sobre la piscina, creando un precioso espectáculo. 




Desde Azenhas nos dirigimos hacia la playa de Adraga, un bonito arenal con unas espectaculares formaciones rocosas. En ella vamos a disfrutar un ratito de playa, la ventaja es que debido a su orografía tiene bastante zona de sombra, por lo que es un sitio perfecto para huir del calor estival. Es también un lugar frecuentado por los surfistas, que suelen llegar al atardecer, disfrutamos también viendo como cabalgaban sobre las olas. 




Es un lugar muy bonito fotográficamente por las formaciones rocosas, con la marea baja se puede acceder a un par de calas aledañas que también son muy chulas. Estuvimos paseando entre ellas hasta casi el atardecer, momento en el que nos dirigimos hacia el cercano Cabo de Roca, para ver el atardecer desde allí.




El Cabo de Roca es el punto más occidental del Portugal continental, y por tanto también de la Península Ibérica y de  Europa continental.  Desde su mirador hay una vista espectacular de la costa recortada sobre el océano,  en él encontraremos también un monolito donde están inscritas las coordenadas exactas del cabo.




En el Cabo de Roca hay también un bonito faro inaugurado en 1772, uno de los más antiguos de Portugal, y una tienda de souvenirs, donde los más curiosos podrán comprar un certificado que acredita su paso por el punto más occidental del continente y antiguamente considerado el fin del mundo conocido. También hay un café-restaurante donde se puede tomar algo (bastante caro, por cierto).

En este punto ponemos fin a la jornada y volvemos hacia Estoril. 




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